Listen to Him

03-05-2023Weekly ReflectionDr. Scott Hahn

Today's Gospel portrays Jesus as a new and greater Moses. Moses also took three companions up a mountain and on the seventh day was overshadowed by the shining cloud of God's presence. He too spoke with God and his face and clothing were made radiant in the encounter (see Exodus 24, 34). But in today's Lenten Liturgy, the Church wants us to look back past Moses.

Indeed, we are asked to contemplate what today's Epistle calls God's "design...from before time began." With his promises to Abram in today's First Reading, God formed the people through whom He would reveal himself and bestow His blessings on all humanity.

He later elevated these promises to eternal covenants and changed Abram's name to Abraham, promising that he would be father of a host nations (see Genesis 17:5). In remembrance of His covenant with Abraham he raised up Moses (see Exodus 2:24; 3:8), and later swore an everlasting kingdom to David’s sons (see Jeremiah 33:26).

In Jesus' transfiguration today, He is revealed as the One through whom God fulfills his divine plan from of old. Not only a new Moses, Jesus is also the "beloved son" promised to Abraham and again to David (see Genesis 22:15-18; Psalm 2:7; Matthew 1:1). Moses foretold a prophet like him to whom Israel would listen (see Deuteronomy 18:15, 18) and Isaiah foretold an anointed servant in whom God would be well-pleased (see Isaiah 42:1). Jesus is this prophet and this servant, as the Voice on the mountain tells us today.

By faith we have been made children of the covenant with Abraham (see Galatians 3:7-9; Acts 3:25). He calls us, too, to a holy life, to follow His Son to the heavenly homeland He has promised.

A service of the St. Paul Center for Biblical Theology  www.SalvationHistory.com

El Evangelio de Mateo sitúa esta escena en un momento delicado para los apóstoles. Justo antes, Jesús les había manifestado claramente “que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). A la vez, les había dicho, también con toda crudeza, que “si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,24-25). Es comprensible el desconcierto y temor de sus discípulos ante advertencias tan graves.

Por eso, ahora quiere alimentar su esperanza, manifestando su gloria ante Pedro, Santiago y Juan. Sube a un monte alto, acompañado en primer lugar por tres discípulos, de modo análogo a como Moisés subió al monte Sinaí acompañado por Aarón, Nadab y Abihú, seguidos por los ancianos del pueblo (Ex 24,9). Estos mismos tres apóstoles serían aquellos a los que llamaría en Getsemaní para que lo acompañasen más de cerca, mientras los demás quedaban algo más retirados del lugar donde Jesús rezaba en agonía (Mc 14,33). Contrastan las escenas de esplendor gozoso y sufrimiento angustiado en las que Pedro, Santiago y Juan lo acompañan, pero, a la vez, ambas están inseparablemente relacionadas. No hay gloria sin cruz.

“De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos –decía el Papa Francisco–, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a ‘bajar de la montaña’ y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida”.

opusdei.org

BACK TO LIST
Mass Times & Confession