The Blessed Path

01-29-2023Weekly ReflectionDr. Scott Hahn

In the readings since Christmas, Jesus has been revealed as the new royal son of David and Son of God. He is sent to lead a new exodus that brings Israel out of captivity to the nations and brings all the nations to God.

As Moses led Israel from Egypt through the sea to give them God's law on Mount Sinai, Jesus too has passed through the waters in baptism. Now, in today's Gospel, He goes to the mountain to proclaim a new law - the law of His Kingdom.

The Beatitudes mark the fulfillment of God's covenant promise to Abraham - that through his descendants all the nations of the world would receive God's blessings (see Genesis 12:3; 22:18). Jesus is the son of Abraham (see Matthew 1:1). And through the wisdom He speaks today, He bestows the Father's blessings upon "the poor in spirit." God has chosen to bless the weak and lowly, those foolish and despised in the eyes of the world, Paul says in today's Epistle. The poor in spirit are those who know that nothing they do can merit God's mercy and grace. These are the humble remnant in today's First Reading - taught to seek refuge in the name of the Lord.

The Beatitudes reveal the divine path and purpose for our lives. All our striving should be for these virtues - to be poor in spirit; meek and clean of heart; merciful and makers of peace; seekers of the righteousness that comes from living by the law of Kingdom.

The path the Lord sets before us today is one of trials and persecution. But He promises comfort in our mourning and a great reward.

The Kingdom we have inherited is no earthly territory, but the promised land of heaven. It is Zion where the Lord reigns forever. And, as we sing in today's Psalm, its blessings are for those whose hope is in the Lord.

A service of the St. Paul Center for Biblical Theology www.SalvationHistory.com.

El Evangelio de este domingo recoge uno de los pasajes más sorprendentes y nucleares de la predicación de Jesús: las bienaventuranzas, que son con su lenguaje paradójico una enseñanza sobre la verdadera felicidad que todos los hombres buscan. San Josemaría las definía como “un poema del amor divino”. De hecho, como explica el Papa Francisco, “las bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús”. Mateo nos muestra al Maestro en el monte, predicando con autoridad y majestad. Mezclados entre la muchedumbre, hoy podemos sentir como dirigidas a nosotros sus palabras.

“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”. Cuando un cristiano procura imitar al Maestro, “experimenta la íntima relación entre Cruz y Resurrección”, como explicaba Benedicto XVI. Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para transformar el sufrimiento en amor redentor. Tenemos entonces la misma alegría que vivió el Señor en su Pasión, porque con ella nos alcanzaba el don del Espíritu Santo y nos abría las puertas del Cielo. Con esta esperanza y consuelo, el cristiano es consuelo para los demás; “puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas”, nos dice el Papa Francisco.

“Bienaventurados los pobres de espíritu”. En la vida de un cristiano la pobreza no es opcional: sin ella no se es discípulo ni tampoco dichoso. Todos hemos de vivirla como el Maestro. Y para encarnar la pobreza en medio del mundo, san Josemaría recomendaba: “te aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por comodidad...; no te crees necesidades” Frente a un clima general de consumismo, es necesario revisar con frecuencia si estamos desprendidos de las cosas que usamos; si vivimos ligeros de equipaje para seguir de cerca a Jesús y empezar a poseer “el Reino de Dios”. Si vivimos la pobreza sabremos cuidar también con generosidad de los demás y en especial de los pobres y los que pasan necesidad, a los que nunca veremos con indiferencia.

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