Jesus came not to abolish the Old Testament law but to fulfill it (see Matthew 5:17).
And in today's Gospel, He reveals that love - of God and of neighbor - is the fulfillment of the whole of the law (see Romans 13:8-10). Devout Israelites were to keep all 613 commands found in the Bible's first five books. Jesus says today that all these, and all the teachings of the prophets, can be summarized by two verses of this law (see Deuteronomy 6:5; Leviticus 19:18).
He seems to summarize the two stone tablets on which God was said to have engraved the ten commandments (see Exodus 32:15-16). The first tablet set out three laws concerning the love of God - such as the command not to take His name in vain; the second contained seven commands regarding love of neighbor, such as those against stealing and adultery.
Love is the hinge that binds the two tablets of the law. For we can't love God, whom we can't see, if we don't love our neighbor, whom we can (see 1 John 4:20-22).
But this love we are called to is far more than simple affection or warm sentiment. We must give ourselves totally to God - loving with our whole beings, with all our heart, soul and mind. Our love for our neighbor must express itself in concrete actions, such as those set out in today's First Reading.
Lo primero es el amor a Dios, un amor que es justa correspondencia a quien se ha adelantado a amarnos a nosotros. Ahora bien, ¿en qué consiste el amor a Dios? Benedicto XVI nos lo explica en su Encíclica Deus caritas est: “La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en la comunión de voluntad que crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío”.
A la vez, el amor a Dios nos lleva de la mano al amor al prójimo, como él mismo sigue explicándolo más adelante: “en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. (…) Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. (…) Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita”.
“Si queremos ayudar a los demás, hemos de amarles, repito –insistía san Josemaría– , con un amor que sea comprensión y entrega, afecto y voluntaria humildad. Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón”.
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