In a Dark Hour

11-27-2022Weekly ReflectionDr. Scott Hahn

Jesus exaggerates in today's Gospel when He claims not to know the day or the hour when He will come again.

He occasionally makes such overstatements to drive home a point we might otherwise miss (see Matthew 5:34; 23:9; Luke 14:26).

His point here is that the exact "hour" is not important. What is crucial is that we not postpone our repentance, that we be ready for Him - spiritually and morally - when He comes. For He will surely come, He tells us - like a thief in the night, like the flood in the time of Noah.

In today's Epistle, Paul too compares the present age to a time of advancing darkness and night. Though we sit in the darkness, overshadowed by death, we have seen arise the great light of our Lord who has come into our midst (see Matthew 4:16; John 1:9; 8:12). He is the true light, the life of the world. And His light continues to shine in His Church, the new Jerusalem promised by Isaiah in today's First Reading.

In the Church, all nations stream to the God of Jacob, to worship and seek wisdom in the House of David. From the Church goes forth His word of instruction, the light of the Lord - that all might walk in His paths toward that eternal day when night will be no more (see Revelation 22:5).

By our Baptism we have been made children of the light and day (see Ephesians 5:8; 1 Thessalonians 5:5- 7). It is time we start living like it - throwing off the fruitless works of darkness, the desires of the flesh, and walking by the light of His grace. The hour is late as we begin a new Advent. Let us begin again in this Eucharist.

As we sing in today's Psalm, let us go rejoicing to the House of the Lord. Let us give thanks to His name, keeping watch for His coming, knowing that our salvation is nearer now than when we first believed.

A service of the St. Paul Center for Biblical Theology www.SalvationHistory.com.

1° Semana de Adviento

Empieza el Adviento, tiempo litúrgico que nos prepara para la Navidad.

El Evangelio de este primer domingo recoge parte del discurso escatológico de Jesucristo en Jerusalén en los últimos días de su vida. Nos invita a levantar la mirada y abrir nuestros corazones para recibirle.

El Adviento nos lleva a la Navidad, y desde allí, a la espera del regreso glorioso de Cristo. Nos llama a un encuentro personal con Él: cada día nos llama; cada día nos quiere sacar de nuestros nubarrones, de nuestras angustias, de nuestros desalientos y desamparos.

Un tiempo para dejarnos despojar de nuestra vida rutinaria y llenarnos de esperanzas, luces en el corazón, anhelos de plenitud.

El Evangelio de este domingo nos enseña dos modos de vivir: con la cabeza elevada o con el corazón ofuscado.

El cristiano está llamado a vivir con la cabeza elevada, como hijos de un Dios Padre que es Amor. Sabiendo descubrir la grandeza de lo que nos rodea, del amor de Dios que nos rodea en nuestras situaciones concretas y reales, en nuestra familia, en nuestro trabajo y descanso, en nuestros amigos. Cristo nos da sus luces, su fuerza, su vida para saber descubrirle en cada cosa. Allí está Él, esperándonos, para llenarnos de su gracia, de su modo de vivir y amar.

Pero, muchas veces, vivimos con el corazón ofuscado.

Nuestros problemas y dificultades, nuestras miserias y debilidades, nuestros temores, nuestras decepciones, nuestros egoísmos y soberbias, parecen tener más fuerza. Llenamos nuestros anhelos profundos de felicidad, de abundancia, de generosidad, con un alimento que no sacia, porque vivimos mirándonos a nosotros mismos.

En el Evangelio de hoy, Jesucristo nos da la clave para vivir cada día con la cabeza levantada. Nos llama a estar despiertos y orar.

Estar despiertos de ese sueño que siempre gira en torno a uno mismo, que nos encierra en nuestra vida con sus problemas, alegrías y dolores.

Un sueño que aletarga nuestra capacidad de amar y ser amados, que nos impide gozar de esta vida, que nos lleva a perdernos lo más bonito que hay en ella: la belleza de la creación, el rostro de nuestros seres queridos, la conversación tranquila, los paseos en compañía.

Nos perdemos lo mejor: la presencia real de Dios y de los demás.

Y acabamos llenándonos de tristeza y aburrimiento, lamentándonos y quejándonos por todo.

http://opusdei.org

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